Hace tiempo que los médicos de familia, y quizás también la mayoría de médicos, nos hemos adaptado con resignación al nuevo modelo de historia clínica (HC) informatizada.
No soy un defensor de los tiempos pasados, porque considero que no podemos permitirnos de ninguna manera la nostalgia, en primer lugar porque no es imparcial y tiende a recrearse solo en los recuerdos placenteros e intensos, o en aquellos que nos generaban seguridad, pero además, porque realmente resulta difícil saber si el ejercicio de la medicina era mejor o peor entonces que ahora, y en cualquier caso, el juicio resultante no sería más que el producto de mi subjetividad, y por último, y lo más relevante, aunque llegáramos a la conclusión de que el pasado fue mejor, sería totalmente imposible volver atrás. Yuval Noah Hariri en su libro Sapiens argumenta que actualmente hay indicios para concluir que el hombre del paleolítico era más sano, tenía una dieta más variada y gozaba de una mayor libertad que el hombre del neolítico, representado éste por un labrador del antiguo Egipto arando durante horas y horas en una postura encorvada con la ayuda de una yunta de bueyes para conseguir el cereal sustento base de su nueva alimentación. Aunque este labrador egipcio hubiese intuido que otra vida era posible (el regreso a la vida de cazador-recolector), la hubiera desechado inmediatamente por diferentes motivos, por una parte el ecosistema productivo se había transformado radicalmente haciendo difícil su readaptación, pero sobre todo porque ya no poseía las habilidades técnicas de sus antecesores para poder subsistir. Aunque hubiera podido añorar el pasado de libertad de la especie humana, algo dudoso porque seguramente no tenía mayor información de ese pasado, no tendría más opción que seguir adelante con el ritmo que le marcaba el desarrollo tecnológico y social.
Los que conocimos el modelo anterior de historia clínica, basado en el texto libre, con apenas necesidad de codificación, y en general registrada mediante papel y bolígrafo (algunos incluso con pluma), echamos de menos aquella libertad y la casi completa ausencia de control sobre nuestros actos, especialmente en el razonamiento clínico y la toma de decisiones cotidianas. Nuestros actos eran juzgados a la postre por sus consecuencias más visibles, de forma grosera en términos de salud a través de la opinión de nuestros pacientes y colegas, o de un conjunto mínimo y elemental de indicadores de actividad (coste de las recetas, bajas laborales, solicitud de pruebas diagnósticas y trasporte sanitario…).
En ningún momento la administración sanitaria se planteaba entrar en la manera en que razonábamos clínicamente, ni en la calidad o precisión del registro, aunque es cierto que hace ya algo más de treinta años se comenzaba a animar a intentar registrar lo que se denominaba entonces el “conjunto mínimo de datos”. En cualquier caso, la administración sanitaria pública tampoco tenía mayor capacidad de control de la historia clínica, porque veníamos de una tradición secular “ágrafa”, al menos en el ejercicio de la medicina de familia.
Pero las cosas cambiaron radicalmente en los primeros años del presente milenio, o sea, desde hace unos 15-20 años. Los médicos más jóvenes no han conocido otro sistema de registro de la información clínica individual del paciente que la actual, que ha pasado progresivamente de ser una narración más menos ordenada de la evolución clínica del paciente, a un conjunto de datos codificados en donde confluyen múltiples y diversas bases de datos.
Este cambio de paradigma ha generado un gran malestar entre los sanitarios, especialmente los médicos, que sienten que pasan gran parte del día alimentando bases de datos y “peleándose con el ordenador”. No es necesario extenderse aquí en las innumerables dificultades, en el fastidio o el enorme tedio que nos invade a diario en esa lucha continua: codificación, conciliación, detalles de cada acción, justificación de cada acción, visados, “tsunami” de notificaciones y alertas, etcétera. Algunos han denominado a este nuevo escenario “registritis”.
En fin, hace tiempo que los sistemas de información para la asistencia sanitaria han dejado de ser una ayuda para convertirse en una dificultad y un conflicto continuo para los clínicos, al menos para los médicos de familia de la administración pública valenciana, que genera un profundo malestar y un sentimiento de frustración, que para algunos de nosotros no es más que un indicador de la progresiva alienación de los médicos.
Antes pensábamos que el problema procedía de que los sistemas de información no estaban adecuadamente diseñados para cubrir las necesidades de los clínicos, sin embargo ahora consideramos que se trata de un gran dilema de fondo, en concreto sobre cuál debe ser el papel que debe jugar el conocimiento y el juicio clínico del médico que utiliza el sistema de información mientras atiende a sus pacientes. La respuesta a esta pregunta en ocasiones solo puede venir de la filosofía.

Casualmente, el filósofo Byung Chul Han ha publicado recientemente un libro titulado La desaparición de los rituales, en el cual incluye un capítulo dedicado al dataísmo, que analiza brillantemente la causas de la creciente tensión entre la mente humana y las máquinas.
El texto habla por sí solo y no merece mayor aclaración. Esperemos que pueda aprovechar a nuestros gestores.
Del mito al dataísmo
“La Ilustración parte de la autonomía del sujeto cognoscente. La introduce el “giro copernicano” de Immanuel Kant. Este giro significa que no somos nosotros quienes giramos en torno a los objetos, sino que son los objetos los que tienen que regirse por nosotros…
El idealismo kantiano se basa en la fe de que el sujeto humano es el amo de la producción de conocimiento. El universo de Kant se centra en el sujeto libre y autónomo como instancia formadora y legisladora de conocimiento.
Hoy se está produciendo de forma silenciosa un nuevo cambio de paradigma. El giro antropológico copernicano, que había elevado al hombre a productor autónomo del saber, es reemplazado por un giro dataísta. El hombre debe regirse por datos. Abdica como productor de saber y entrega su soberanía a los datos. El dataísmo pone fin al idealismo y al humanismo de la ilustración. El hombre ha dejado de ser sujeto cognoscente soberano, autor del saber. Ahora el saber es producido maquinalmente. La producción de saber impulsada por datos se hace sin sujeto humano ni conciencia. Enormes cantidades de datos desbancan al hombre de su puesto central como productor de saber. Él mismo se ha atrofiado reduciéndose a un conjunto de datos. A una magnitud calculable y manejable.
El saber que produce el big data o los grandes volúmenes de datos es inasequible a nuestra comprensión. La capacidad de comprensión de las facultades cognoscitivas humanas es demasiado pequeña. Los procesadores son más rápidos que el hombre justamente porque no piensan ni comprenden, sino que se limitan a calcular. Los dataístas afirmarían que el hombre inventó el pensamiento porque no puede calcular con bastante rapidez, y que al final el pensamiento habrá sido solo un breve episodio.
La transparencia como imperativo dataísta impone la obligación de pasarlo todo a datos e informaciones, es decir de visibilizarlo. Es una presión para producir. La trasparencia no declara libre al hombre, sino solo a los datos y las informaciones. Es una eficaz forma de dominio en la que la comunicación total coincide con la vigilancia total. La dominación se hace pasar por libertad. El big data genera un saber dominador que hace posible intervenir en la psique humana y manejarla. Considerándolo así, el imperativo dadaísta de trasparencia no es una continuación de la Ilustración, sino su final.”
Byung Chul Han. La desaparición de los rituales. Barcelona. Edit. Herder, 2020. p: 104-106.
ESV
Grup del Medicament
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